Estuve alojado la segunda quincena del mes de julio en “El Molín”. Encontré la tranquilidad y sosiego que buscaba, sobre todo en el descanso nocturno, lejos de la ruidosa, contaminada y estresante ciudad.
La casa está rodeada de verdes prados donde pastan vacas y cabras de los mismos propietarios, con cuya leche elaboran diferentes tipos de quesos, exitosos en concursos locales y nacionales. Por la parte posterior de “El Molín” discurre el río Bedón. Por la noche, como suelo dormir con la ventana abierta, sus murmurantes aguas como ruido de fondo, así como el confortable colchón visco elástico de la habitación, hacían que me adentrara rápidamente en el mundo de Morfeo. Es curioso que habiendo chalés y casa rurales por el entorno nunca oyera ladridos de perros por la noche.
La casa está bien equipada, y el acompañamiento fotográfico de su propia web doy fe que queda mejorado con el contemplamiento real de la casa, tanto de su interior como de su entorno.
Pero lo mejor de “El Morín” son sus propietarios, Ana y Juan Antonio, que se desvivieron por hacerme la estancia agradable y lo consiguieron (tuve al principio problemas de conexión a internet con el portátil y rápidamente me facilitaron un amplificador de señal que lo solucionó; di buena cuenta de sus excelentes quesos que me dieron a probar a lo largo de mi estancia; resolvieron mis dudas sobre lugares de los alrededores así como mis preguntas sobre la elaboración del queso).
Sirvan estas líneas también para mandar un saludo a Tori, la bisabuela más ágil que conozco, pues la vi segar el heno en un prado con pendiente con agilidad endiablada. Y a su bisnieta Luara, que con sus dos dedines me indicó que acababa de ser su cumpleaños, guapísima con su traje regional llanesco.
Por último, saludos caninos a Estor, un perrazo labrador juguetón, noble y pacífico, pero que no rehúye de la pelea cuando se trata de jabalíes como sus heridas de “guerra” indican.